Realidades del Pueblo
Synopsis
UN IDILIO EN EL TEPEYAC Hacía más de tres meses que se amaban y hacía más de dos que sufrían, porque no podían realizar la suprema felicidad, el ideal con que soñaban ambos todas las noches: pasear juntos un domingo en la tarde. Él era aprendiz de zapatero, pero tan aventajado que ya podía considerársele como un maestro, según sus amigos —sus mejores aparceros—, y como un oficial por los indiferentes. Le decían Pedro, el Brincón; tenía diecisiete años de edad, era alto, buen mozo, usaba el pelo engrasado siempre, con un gran copete que se doblaba cayéndole sobre la frente sudorosa; bebía mucho pulque y usaba muy buena chaveta; mas aún no estaba pervertido. Vivía por el rumbo de Santa Ana, y más de una de las mujeres del barrio, le había lanzado miradas llenas de amor y promesas; pero él no quería sino a su chatita Juana, la criada de la pobre familia de un empleado que se alojaba en una vivienda alta. El Brincón le tiró un día en la calle, del rebozo; al día siguiente hizo lo mismo, y ella respondió riéndose: —¡Oh, qué grosero! Él le dijo dándole un manazo en la cara que la enrojeció. —Chaparrita de mi alma... ¡ay, cómo me gusta! —y luego la estrujó violentamente el b...